
Puedo ser
tu lacayo. Tú ahí, quieta, poseedora del poder. Yo ocupándome de tu amor
propio. Puedo serlo en un momento dado. Cumplir tus deseos más secretos y
oscuros. Y pasar a dominarte a través de ellos. Puedes sentir el poder de atraparme,
elevarte, estremecerte… hasta que llegue el momento en que con pequeños
movimientos domine tu cuerpo, tus idas y venidas, tus escalofríos, tus
contracciones. Al ritmo que yo marque, sin dejarte llegar, sin parar de
llevarte. Entonces tu voluntad será mi deseo. El deseo de cometer locuras,
sueños húmedos de locos enrojecidos.
Ojos que ven mundos excitados de sangre palpitando,
en tu cerebro, en tu piel, en tu sexo que ya no piensa. Tan sólo actúa, sólo desea, pasión, desenfreno, lujuriosos
embistes. Ahí es donde tu sangre se
agolpa a borbotones. Quiere salir, quiere que el aire acaricie su sensibilidad
y haga estremecer tu bajo vientre excitado. Quiere ser recorrido por oleadas de
Mar libidinoso que lo envuelva en esa espiral de jadeos y espasmos. Que lo atrapen sin piedad, que lo posean, que
lo arranquen de tu cuerpo para formar parte de un conjunto, de una mezcla. Una
esencia balsámica de tus entrañas que se una al poder del aventurero que
surcará tu Mar interior, tu volcán flamígero.
Sueña mientras desees, desea mientras
esté dibujando tu cuerpo desnudo en mis manos, abierto, enrojecido y húmedo. Llegará
el momento en que salga de ahí para poseer el resto. Querrás mover las manos
pero, tal vez, sólo tal vez, no puedas.
Sentirás impotencia al cubrir tu
cuerpo de sensualidad, de mi sexo enhiesto, de la dureza del deseo. Cada poro
de tu piel extenuada soñará con estar completo, con que sea llenado, sea
recorrido por la punta juguetona de mi lengua. Y me colaré en todos ellos. En
cada centímetro de tu cuerpo dejaré mi huella, mis besos, un mordisco, un
aliento, un pellizco, un jadeo. Mi boca beberá de tu ser, se empapará de la
fragancia de tu sexo hambriento y excitado, colapsado, desgarrado de lujuria.
Imagina.
Llego ahí. Sólo tú me ves, me sientes. Estás rodeada de personas, pero nadie sabe de mí. Sientes cómo me acerco por detrás. Sujetando tu coleta, rozas con tu hombro mi sexo ya dispuesto para ti. Mis dedos se deslizan por tu cuello, bajando por tus hombros, dejándolos al descubierto. Y sin poder moverte, bajo ese tobogán del deseo con el filo de mis dientes. Me arrodillo. Delante de ti. Te miro, sonrío pícaramente, mientras tú disimulas. Los dos sabemos ya dónde voy. Y con delicadeza, con el dorso de mis manos sobre el interior de tus rodillas, separo lentamente tus piernas. No llevas tus mallas ya. No dejo de mirarte a los ojos mientras acaricio tus tobillos. Mientras mi cabeza desciende hacia el interior de tus muslos, trémulos, vacilantes, excitados. Mi lengua sube y sube. No puedo dejar de mirarte. Me excita ver cómo aprietas los puños y muerdes tus labios, conteniendo el gesto. Ellos te siguen viendo. No saben que sigo ascendiendo hacia tu monte de Venus, hacia el campo de batalla en el que me voy a entregar en cuerpo y alma. Hacia tu vientre que tiembla, que se abre, que deja correr gotas de tu excitación. Y me acerco, el último paso hacia mi destino, mi húmedo porvenir. A dos centímetros me paro, observo, soplo suavemente para que un escalofrío frene tu ardiente deseo. O lo incremente. Te vuelvo a mirar. Estás ahí arriba, para mí, por mí, entregada, regalada, ofreciendo el secreto de tu sexo. Y sin separarme de ti, la punta de mi lengua se hunde poco a poco en ti, en tu sexo.
Bebo de ti, me sacio, relamiendo
el dulce néctar de tu ser. Lo recorro sin freno, sin límites. Bordeo tus labios
hasta llegar al erecto juguete que te
arde. Lo muerdo, lo atrapo entre mis labios, lo zarandeo sin miramientos de un
lado a otro al ritmo de tus caderas que van y vienen. Mi ritmo varía, está
contigo, conectando tu sexo con el mío, que sin rozarte arde en deseos,
enhiesto, suplicante. Juego con él hasta que tu cuerpo me guía por las sendas de
tus orgasmos, sin dejarte llegar, sin dejarte ir… gime, desahógate, aúlla,
araña tu cuerpo lleno de espasmos.
Lentamente me incorporo y sacando
un pañuelo de seda, verde, rodeo tu cuello tenso con él. Mi mano firme lo
sujeta desde tu nuca mientras te susurro. ‘Pídeme que te haga mía. Suplícame’
Dudas, tus ojos inquietos bailan de un lado a otro. Mi mano se aferra aún más y
da un pequeño giro sobre tu cuello. ‘Pídemelo’, repito.
‘Hazme tuya’
Deslizo poco a poco el pañuelo
hacia tus ojos, hasta que se hace la oscuridad, hasta que sólo queda el deseo…
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