sábado, 28 de mayo de 2011

Entre las Llamas

Te veo aparecer y siento cómo el calor de la noche se apodera de mí, haciendo latir mi pecho al ritmo de tu fuego rugiente.
Cómo será esa llama que has encendido que no deja de crecer en el instante que apareces a mi lado, mientras te acercas lentamente, con esa sonrisa malévola que intuyo en tus labios traviesos. Al llegar te rodeo, giro sobre ti, sin despegarme mucho, rozando la tentación lujuriosa que llevas tatuada. Huelo tu pelo, lo acaricio. Mis dedos traspasan tus mejillas, dibujan tu boca entreabierta, se detienen enredados en tu cabeza. Y desde mis uñas, desde su filo, brota el fuego que marca la piel de tu espalda, deslizándose por ella como esa gota de perfume que lleva el olor de tu sed, de tu esencia, de tu sensualidad exprimida que deseo.
Sientes el calor? aún no quema, aún.

Te susurro, quieres quemarte? mi boca se pierde en tu cuello, mis dientes muerden suavemente el camino que lleva a tus hombros, desnudándolos, dejando caer hasta tus pies el pudor que aún guarda tu piel erizada. Mis manos lo ayudan, tocando el perfil ondulante de tu cuerpo expuesto, hasta tus caderas.
Mi llama se acerca, te busca, te siente próxima.

Separo tu pelo para que escuches mi aliento agitado, muerdo el lóbulo de tu oreja aunque no me dejes, pero mis manos te sujetan, te retienen cerca, pegada a mí, al tiempo que se pierden por tu vientre tímido que intenta escapar de ellas. Ardo, efervescente el deseo, que pasa de mis dedos a tu piel, subiendo, rodeando lentamente tu pecho, haciendo círculos sobre la cúspide erecta que los encumbra, la cresta de la ola, la punta sonrosada de tu llama.


Me siento quemar al atraparlos entre mis dedos, pero resisto, aguanto, me excita, estirando suavemente de ellos. Miro fijamente la expresión de tu cara, en el espejo que nos espía, ahí en frente. Esos labios contorsionados. Sujetando tu barbilla te giro la cabeza, te atraigo hacía mí, y muerdo, siempre muerdo, tu barbilla primero, tu labio carnoso después, tu lengua que intenta jugar conmigo. Sin dejar de mirarte a los ojos...
Una de mis manos surca su camino, solitaria, descendiendo. Y mi cuerpo ahora está totalmente pegado a ti, para que sientas mi sexo convertido en un volcán, por tu culpa, retenido.
Esa mano descarriada se aventura por el borde que marca tu vientre y el precipicio del deseo. Lentamente se introduce en tu pantalón, tan solo soltando uno de los botones. Desciende la presión de mis dientes mientras aumenta la de mi sangre, corriendo a borbotones por mi cuerpo, hirviendo en mis venas por tu contacto. Mis dedos buscan tu interior, tus entrañas, la húmeda sensación de poseerte de esta manera, sin hacerlo, introduciéndome en ti, más psíquica que físicamente. Voy recorriendo tu interior, tu sexo cálido que me recibe sedoso y viscoso, el flujo vital que da la vida, que deseo beber para revivir.

Te vuelvo a colocar frente al espejo, con tus manos apoyadas en él. Mi boca va dejando su marca en tu espalda, mis besos, mi lengua ansiosa de ti, mientras desciendo. Ahora mis manos sí terminan de deshacerse de tus pantalones, rozando suavemente tus muslos nerviosos al hacerlo. Y no puedo evitarlo, me encanta. Muerdo tus nalgas al quedar desnudas y desprotegidas ante mí. Me encanta escuchar cómo lo sientes cada vez. Es tan tentador, y yo tan débil. Siento la necesidad de darte ese pequeño azote que las mueva, que las agite, que haga que tu cuerpo de un pequeño salto delante del espejo, para que te veas, para que te vea.
No me ves, solamente mi cabeza colándose entre tus piernas, hambriento, sediento, devorador de tu sexo entregado y sumiso, mientras mis uñas clavadas te atraen a mi boca.
Antes de que te deshagas en mis labios más mojados que nunca, me levanto, erecto, erizad. Sonrío al llegar a tu rostro. Quiero que sientas, que sepas a qué huele tu excitación, y te beso. Pero ahora mi sonrisa es maliciosa, perversa, tensa como mi cuerpo. Has hecho que esté así, haces que sienta mis pies livianos y mi sexo pesado. Estoy dudando. Mi sexo se busca, te pide, te espera, pero dudo. Tal vez sea bastante por hoy. Tal vez hayas llegado al punto de cocción suficiente como para no seguir y pasarte. Pero no puedo, no quiero, no me dicen eso tus ojos. Te levanto en volandas para encajarte sobre mis caderas. Al tiempo que mi ardiente llama encuentra las ascuas incandescentes que llevas dentro. Y se mezclan, se unen, se fusionan mientras nos enredamos el uno con el otro. De un giro fugaz te llevo contra el espejo. Ya no nos vemos, pero nos sentimos. Y en un momento, rápido, veloz, explota la llama que compartimos. Te dejo resbalar, como mi esencia, que lo hace por tus muslos apretados sobre mi sexo derramado, mientras sigues clavando tus uñas en mi espalda.


Hoy ha sido rápido, como tú querías. Pero la llama, fuego fatuo paciente y letal, te sigue esperando, buscando…

lunes, 9 de mayo de 2011

Es la hora...


Es la hora? ven, pasa, no dudes. Mi sueño en verde se hace realidad al tenerte a las puertas de mi deseo, abiertas por ti. El tic tac que marca el reloj lo siento en mis sienes, tamborileando, batiendo mi cuerpo por dentro. La sangre me hierve en un sin fin de sensaciones. Y ahí estás tú, dispuesta, orgullosa, mirándome fijamente a los ojos, desafiando la teórica posesión que mi terreno me hace más confiado. Tú sonríes, maliciosa, sabedora del poder que tienes sobre mí. Pero hoy va a ser distinto.
Como siempre me acercaré sumiso, como te gusta, gateando, disimulando mi mirada que enfoca directamente el oscuro objeto del deseo que guardas entre tus muslos. A tu señal sacaré mi lengua sedienta para lamer tus pies con devoción, tus tobillos con dulzura, tus gemelos con avidez. Al llegar a tus rodillas sentirás el filo suave de mis dientes, y protestarás. Agitarás tu cuerpo con un pequeño gruñido y aprovecharé ese momento para lamer entre ellas, acariciando con mis manos la parte trasera de tus muslos. Y tú los abrirás, lentamente. La punta de mi lengua buscando su camino, sabiendo su camino. Sentirá como tus poros se abren a su paso, tu piel trémula, mientras acomodas tus piernas para dejar vía libre a mi apetito, que ascenderá sin pausa.
Estoy cerca, muy cerca, oliendo la esencia febril que emana de tu sexo. Siento como ya húmedo se prepara para recibir su obsesiva descarga de placer. Recorriendo tus ingles, rozando tu clítoris con la barbilla, comienzo a escuchar esos pequeños gemidos que tanto me excitan, que hacen que mi sexo reaccione, endureciendo su sangre. Vuelvo a pasar sobre él. El roce de mi barba de dos días sobre tu carne abierta hace que aprietes los músculos de tus nalgas, dejando de estar relajadas. Mejor así, mejor que estén alerta. Mi boca no te hace más larga la espera y se abalanza hacia tus entrañas, partiendo en dos tus labios, de abajo a arriba, intentando secar tu excitación húmeda. Es el momento de levantar la mirada, de ver tus ojos entornados. Sonrío al volver hacia tu clítoris, asomando ya erecto. La punta de mi lengua comienza a jugar con él, despacio, suavemente, cambiando de dirección a mi antojo. El ritmo es cambiante, como tus jadeos, rápido y feroz, lento y delicado, a un lado, arriba, abajo, al otro. Lo atrapo entre mis labios succionándolo como si pudiese arrancarlo para sacarlo de ahí, para llevarlo a mi cada en mi boca y disfrutarlo cada noche, cada día. Ver como tus manos aprietan tus pechos me hace un depredador, que juguetea con su presa, que se divierte viendo como esta no controla su cuerpo ni sus sentidos. Tus pezones lo sufren, retorcidos y estirados por tus dedos lascivos. A medida que siento cómo mueves tus caderas con mi ritmo en tu sexo, hago y deshago a mi antojo. Una de tus manos sujeta mi cabeza empujándola contra ti y aun a riesgo de perder el aire no detengo mi frenesí. Hoy no podrás conmigo, hoy no evitarás que te lleve a ese lugar donde sólo existen las nubes sin forma y el jadeo entrecortado por el deseo.
Llegará el momento y levantarás tus caderas, hundiendo mi cara en tu sexo convulso. Intentarás separarme de ti, pero me aferraré a tus piernas, devorando salvajemente tu botoncito rojo hasta que grites y supliques. Jadearás, gritarás, morderás tus labios perdidos. Y seguiré lamiéndote sin piedad, sabedor que tu cuerpo está más sensible que nunca. Cuando me supliques no dudaré, cuando te rindas acabarás riendo de placer, expuesta e indefensa a mí. Entonces me levantaré, sonriendo también. Y verás los efectos de tu orgasmo. No hay nada que me excite más que eso. Mi polla arderá enhiesta. Rodeando tu cuerpo, acariciando tu cuerpo con ella, me acercaré a tu boca seca para besarte, suavemente, lentamente, dulcemente. Y tras completar mi recorrido y volver a estar frente a ti, te levantaré de las manos. Notarás entre tus piernas temblorosas colarse mi erecto miembro. Tal vez leas en mis ojos ya lo que se cuece en mi deseo. Con un movimiento rápido y brusco te giraré, inclinando tu cuerpo sobre la butaca. Tras deslizar mis uñas por tu columna de ida y vuelta, mis manos separan tus nalgas. Y volverán a ponerse en alerta, reconociendo al enemigo, ese que las mira fijamente, mojado, goteante, enervado.