
Recuerdo aquellos siete días en los que nos amamos hasta la saciedad, desgastando nuestro cuerpo fundido en uno, recorriendo los placeres imaginables en sueños acariciados y trémulos. Siete días en los que fuimos esclavos del color de la pasión. Tanto como para llegar a ese momento en el que nuestros cuerpos despedían ese olor creado por los dos. Alientos compartidos, besos mezclados, fluidos derramados el uno en el otro en el frenesí de nuestra entrega. Ese olor que se pega a la piel, abre los poros, eriza el vello, arde el cerebro.
Despertar sintiendo tu labios recorriendo mi sexo creciente, reposar la comida embistiendo mi cuerpo sobre el tuyo, agitar mi lengua convulsa sobre tu botoncito erecto, cerrar los ojos sintiendo el movimiento de tus caderas sobre las mías, llegando al sueño profundo aun dentro de ti. Momentos que quisiera repetir día tras día, a pesar de la extenuación de mi cuerpo pidiendo relax, contrarrestando los deseos de mi mente que no cesaba en sus peticiones desenfrenadas de darte mi placer y sentir tu correspondencia.
Quiero volver a salir a la calle oliéndote, siguiéndote por la calle como tu perro en celo. Quiero volver a ver cómo descienden tus braguitas en mitad de la calle y saber que debajo de tu corto vestidito me esperan tus muslos suaves abiertos en canal. Quiero volver a acorralarte en cualquier callejón para hundir mi mano en las profundidades de tu sexo húmedo, mientras pasan aquellos curiosos hombres excitados envidiando nuestro deseo. Quiero que vuelvas a ofrecerme el olor de tus dedos después de masturbarte para mí.
Después de siete días desgarrando mi cuerpo y mi mente por ti, sólo quiero volver a decirte ‘fóllame’.
